La literatura de imaginación
- La literatura de género y la literatura "en general"
- Definiciones
- Historia
- El sector editorial en España
1.- LA LITERATURA DE GÉNERO Y LA LITERATURA "EN GENERAL".
Conviene empezar este trabajo proponiendo algunas definiciones y clarificando algunos conceptos, y así, en primer lugar debemos ocuparnos de qué es exactamente la literatura de género, y qué es lo que la distingue de la literatura en general (llamada por los anglosajones "mainstream", corriente principal, de la que se separan los distintos géneros, como afluentes de un río). En este punto conviene señalar que estos términos no son absolutos, y así, por ejemplo, una novela perteneciente al género de terror puede al mismo tiempo estar encuadrada dentro de la literatura en general; de hecho, una queja amarga de los aficionados a los géneros se refiere a la tendencia por parte de la crítica literaria elitista y despreciativa hacia éstos de "robar" sus mejores obras, aquellas de mayor calidad, afirmando que pertenecen a la literatura en general, lo que les deja vía libre para seguir despreciando el resto. Lo que nos lleva a uno de los conceptos clave a la hora de tratar este tema: la calidad. Existe la creencia a nivel popular, estimulada por cierto tipo de crítica, de que la literatura de género adolece de una falta general de calidad, en dos niveles: por un lado, no hay demasiadas obras de calidad dentro de cada género; y, por otro lado, los géneros son un tipo inferior de literatura. Con respecto a la primera afirmación, hay que decir que es más que relativa: para empezar, depende del género concreto que tratemos, ya que, por poner un ejemplo, la novela romántica (en la que sólo son consideradas dignas las obras de autores clásicos como Charlotte Brönte y Jane Austen) presenta una situación totalmente distinta a la de la novela negra (que abunda en autores idolatrados por la crítica, como Chandler, Himes, Simenon, Jim Thompson, por no hablar de los más modernos). Por otro lado, sí es cierto que el éxito comercial de los géneros, sobre todo en los países anglosajones y en épocas recientes, ha propiciado una proliferación de "autores" más interesados en el éxito económico que en el literario, junto a otros fenómenos igualmente perjudiciales para la Literatura (al menos potencialmente) como la novela de encargo (muy extendida en el subgénero de la fantasía heróica) o las continuaciones de novelas de éxito, hasta degenerar en series interminables. Por último, señalar que la calidad de una obra de género debe ser determinada, en primer lugar, dentro de los parámetros del género al que pertenezca, y, sólo después, sometiéndola a los criterios generales de calidad de la Literatura. Y es aquí donde conectamos con la segunda afirmación a la que nos habíamos referido más arriba, y que establecía que los géneros son un tipo inferior de literatura... pues bien, quienes afirman esto se basan en la idea de que hay temas más "serios" y temas menos serios; que los primeros, aquellos que reflejan la vida, la condición humana, las contradicciones del ser, la problemática relación del hombre con la sociedad, etc., sólo se encuentran en la literatura en general, mientras que los segundos, puramente lúdicos, destinados únicamente a la evasión, dan lugar a los géneros. Esta afirmación, empero, es demasiado simplista: Bradbury, al hablar de la colonización de Marte en una obra inolvidable, estaba hablando en realidad del hombre, de su miseria y su banalidad; Lovecraft, a lo largo de toda su obra, lidió -aun sin saberlo- con terrores que anidan en lo más profundo de nuestro inconsciente colectivo y que forman parte de nuestra herencia genética, y, por lo tanto, de nuestra condición humana; cualquier novela de género negro lleva implícita una crítica despiadada de la sociedad, y presenta tipos humanos literariamente fascinantes... ¿pueden estas obras, y otras muchas como ellas, ser calificadas de superficiales? Parece más conveniente, y más prudente, hablar de que en la literatura de género estos temas serios no son prioritarios, no son tratados tan extensamente como en la literatura en general, en la que son lo fundamental, incluso muchas veces no se encuentran en la génesis de una obra, incorporándose sólo más adelante, y sólo pueden ser detectados en una lectura profunda, ya que están vestidos con los ropajes de cada género, ocultos tras la colonización de un planeta, el enfrentamiento con seres sobrenaturales o la investigación de un asesinato. Así, la literatura de género cumple ante todo su propósito de evasión, y sólo después se propone metas más ambiciosas (si se invierte esta prioridad, nos encontramos con obras de difícil definición). Por otro lado, hay muchas obras de género cuyas lecturas se agotan en lo puramente lúdico... como se puede ver, el tema no es tan sencillo como parecía a priori, y requiere una mayor reflexión antes de adoptar posturas doctrinarias. Lo que es cierto es que estas posturas han hecho mucho daño a los géneros, perjudicando su imagen y produciendo un sentimiento de inferioridad entre sus lectores y, hasta cierto punto, sus autores, sentimiento que no se corresponde con una historia plagada de grandes obras e inimitables cultivadores. De esta manera, si rechazamos la calidad como el criterio diferenciador entre la literatura de género y la literatura en general, derribando así un mito ampliamente extendido, debemos acudir a algún otro concepto que vertebre este debate, y ese concepto ha de ser, sin duda, el de fórmula. Y es que la literatura de género se adapta a una serie de fórmulas, distintas en cada género, que determinan en gran medida los temas a tratar, los tipos de personajes, las ambientaciones concretas, e incluso los sentimientos y las intenciones del autor al redactar su obra. Estas fórmulas no son inamovibles, y están sujetas, más que la literatura en general, a las modas y tendencias (que dan lugar, frecuentemente, a los subgéneros); sin embargo, hay un núcleo inalterable en cada una de ellas, y así, por ejemplo, la novela negra siempre reflejará lo más sórdido de la sociedad, escenario en el que personajes desarraigados luchan por sobrevivir y por mantener su dignidad. Así, mientras que un creador de literatura en general tiene total libertad para tratar cualquier tema que le plazca, y dejar que su personalidad, su Voz, se exprese sin ningún tipo de cadenas, un creador de género está constreñido (sólo hasta cierto punto) por las fronteras de su género (e, incluso, si combina varios, como frecuentemente sucede, por las de todos ellos); mientras que el primero utiliza, como único material para su obra, su propia experiencia, su percepción del mundo, su sensibilidad peculiar, el segundo se apoya en una tradición literaria asentada, firme, bastante uniforme, que le marca qué caminos debe seguir, para incorporarse fielmente a esa tradición, o evitar, buscando otros alternativos, para renovarla y enriquecerla (pero nunca minarla o renegar de ella; los géneros constituyen las auténticas "familias" dentro de la Literatura). De esta forma, la diferencia entre la literatura en general y la literatura de género se encuentra en su génesis, en el bagaje con que un artista se acerca a la construcción de su obra, más que en su resultado, la obra en sí; es, también, la diferencia entre generalidad y especifidad, entre total libertad creativa y restricción a unos esquemas preestablecidos... pero no olvidemos que uno y otro tipo de literatura siempre tendrán como protagonista al hombre, puesto que éste no sabe sino escribir sobre sí mismo; no olvidemos, pues, que uno y otro tipo de literatura son Literatura.
2.- DEFINICIONES.
Procede ahora proponer unas definiciones de los géneros que vamos a abordar, definiciones meramente tentativas, ya que, como hemos señalado más arriba, estos tres géneros están estrechamente relacionados entre sí, alimentándose mutuamente, encontrándose unos en el origen de otros, y produciendo en su unión el nacimiento de subgéneros inclasificables; todo lo cual dificulta el aislamiento de un número limitado de características que singularicen y definan cada género; a lo que se une, complicando aún más el panorama, la falta de uniformidad en la terminología aplicada a estos géneros, desde la vaga etiqueta de "género fantástico" que, en España, los engloba a todos, hasta los innumerables términos que, en el ámbito anglosajón, se utilizan para denominar géneros, subgéneros e incluso tendencias, creando clasificaciones muy especializadas y oscuras para el no iniciado. Intentemos, aún así, una aproximación.
- El género fantástico es, quizá, el más antiguo de todos (si aceptamos como pertenecientes a él tempranas fantasías como La Odisea o Las mil y una noches). El género fantástico, por definición, se ocupa de lo maravilloso, lo increíble, aquello que no existe o no puede existir; y es aquí donde aparece la primera polémica, ya que estas características, con leves matices, también se pueden aplicar a los otros dos géneros. La solución a este debate es distinguir entre "lo fantástico" (etiqueta que los abarca a todos, en tanto que manifestación de hechos imposibles o que no encuentran correspondencia en la realidad), y el género fantástico, denominación de una porción de la literatura (y del cine, y de otros tipos de arte) que se ocupa de estos hechos pero excluyendo de entre ellos los que exhiban una marcada naturaleza terrorífica, preternatural (que dan lugar al género de terror), o científica, especulativa (que hacen lo propio con la ciencia-ficción). Esta distinción, de todas formas, es artificial (como cualquiera que se aplique a un campo tan unitario como éste), y se establece únicamente con fines operativos. En la práctica, y a pesar de estas delimitaciones y sus consiguientes restricciones, el género fantástico es el más libre de todos, el que más permite a un artista expresar su subjetividad, su personalidad creadora, y, por tanto (pero siempre hablando con precaución y en términos relativos) el más "literario". También es el menos estereotipado, el que menos se ajusta a fòrmulas (al menos històricamente; en tiempos más recientes, el éxito comercial del subgénero denominado "fantasía heroica" ha motivado que se repitan sus esquemas hasta la saciedad); lo fantástico, por definición, puede abarcar todo lo inexistente (con las limitaciones ya señaladas), lo que supone una fuente inagotable de argumentos para los creadores, cuyo único equipaje al aventurarse por tan infinitos y desconocidos parajes es su sensibilidad. Por cierto que esto dota al género fantástico de una gama de objetivos e intenciones mucho máás amplia que las de los otros dos géneros, más encaminados a producir efectos concretos; el fantástico, mientras, puede formularse desde propósitos morales y aleccionadores (importante función que ha desarrollado a lo largo de la historia), hasta meramente estéticos, encaminados a conseguir la Belleza, de una forma casi pictórica; pasando por otros esencialmente educativos, destinados a estimular la sensibilidad y la imaginación del niño y a configurar su relación con el mundo. En este último punto encontramos otra de las diferencias fundamentales entre el fantástico y los otros dos géneros; y es que, si bien todos ellos están orientados prioritariamente a un público más bien joven -o al menos encuentran su mayor nivel de aceptación en éste- el fantástico es, con diferencia, el más indicado y el más utilizado en literatura infantil (si bien el reciente boom de la literatura de terror para niños relativiza esta afirmación; mientras las editoriales se frotan las manos, algunos padres y educadores se llevan éstas a la cabeza). En resumen, el género fantástico es el más libre, el que mejor permite al artista dar rienda suelta a toda su creatividad, el más íntimo y poético; no en vano está delicadamente hilado con la materia de la que nacen los sueños.
- El género de terror es también indeciblemente antiguo; uno de sus máximos representantes, H.P.Lovecraft, dice que "la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo". Esta afirmación nos da una de las claves del género de terror, al utilizar la palabra emoción; y es que aquel está claramente enfocado, muy por encima de cualquier otra consideración, a provocar en el lector una serie de sensaciones, a atemorizarlo, a convulsionar su alma y su ánimo; y es en la medida en que una obra de terror alcanza estos objetivos que podemos hablar de su éxito o su fracaso. Para ello, el género de terror "sólo" tiene que aludir a temores que preexisten en nuestro inconsciente colectivo (y por lo tanto en nuestra herencia genética) y a los que estamos naturalmente inclinados... el problema es que esos temores están sepultados en lo más profundo de nuestra mente, tras siglos en los que lo desconocido, fuente principal e inagotable de terror, ha ido reduciendo su dominio por los continuos e implacables embates de la Ciencia; así, el hombre de hoy, racional, pragmático, y con un escaso contacto con sus emociones, representa un duro reto para el género de terror, que debe realizar en él una labor casi arqueológica, desenterrando sus dormidos temores y sacándolos a la luz como viejos tesoros que se creían perdidos. En este sentido, como demostraron Freud y otros destacados psicoanalistas, bajo la racionalidad del hombre se encuentra un volcán de emociones, siempre en peligro de erupción; y, pulsando las teclas adecuadas dentro de nuestro ser, una obra de terror puede reducirnos a niños temblorosos, perplejos, sobrecogidos; pues tal es el poder de este inimitable género. El cual, dejando ya a un lado los aspectos psicológicos y volviendo a los puramente literarios, es posiblemente el más dificultoso y desafiante para un escritor; como dice Juan Antonio Molina Foix en su introducción a los cuentos de fantasmas de M.R.James "... el cuento de fantasmas (...) es seguramente el más exigente género literario, y posiblemente el único en el que apenas cabe un término medio entre el éxito y el fracaso. O sale bien o es un chasco". Esta afirmación, extensible a todo el género de terror, marca el carácter profundamente selectivo de éste; como ya dijimos, una obra de terror, si no consigue "asustar", será fallida como tal, independientemente de sus restantes valores literarios. Así, abundan en este género (quizá más que en cualquier otro) las obras flojas, insinceras, no nacidas de una auténtica sensibilidad hacia lo espectral; quizá por eso sea éste el género menos apreciado y peor visto por quienes son ajenos a él; si bien la principal razón de su mala imagen probablemente sea su carácter "políticamente incorrecto", inevitable en un género que lidia con los más espantosos temores que anidan en lo más profundo de nuestra alma. Lo que ha llevado a ver a sus aficionados, desde los sectores más reaccionarios, como personas morbosas, siniestras, potencialmente desequilibradas; sin embargo, esto deja fuera la natural e irresistible fascinación que todos sentimos por unas tinieblas que, no lo olvidemos, están en nuestro interior, forman parte de nuestra condición humana; todos crecemos envueltos por esas tinieblas, y algunos conseguimos que no nos abandonen cuando dejamos atrás la niñez... Ésta es, en resumen, la esencia de un género delicioso, irrenunciable en la medida en que lo es nuestra humanidad, y que nos obliga a asomarnos al Abismo que todos llevamos dentro, ayudándonos a conocernos mejor; no en vano está oscuramente confeccionado con la materia de la que se nutren las pesadillas.
- El más reciente de nuestros géneros es la ciencia-ficción, nacida a finales del siglo XIX a la luz del furor científico y la euforia respecto a la tecnología que supuso la segunda Revolución Industrial; seguramente, en ese sentido, nunca ha habido un género que haya reflejado de manera tan fiel el espíritu de la época y la sociedad que lo han visto nacer, su zeitgeist o cúmulo de ideas que flotaban en el ambiente. Desde entonces, el género, por supuesto, ha cambiado mucho, al ritmo de una sociedad que, de manera mucho más marcada que en los otros dos géneros, le ha servido siempre de referencia y ha influido grandemente en sus argumentos, limitando su vuelo y sometiéndolo a duros criterios de verosimilitud (no olvidemos su carácter científico) ausentes en el fantástico y menos rigurosos en el terror; pero también dotándolo de una preocupación hacia lo humano, una mirada a nuestro interior, heredada de las más variadas corrientes filosóficas del siglo; e incluso albergando entre sus páginas las discusiones -y las preocupaciones- concernientes a los diversos sistemas políticos y a su influencia sobre el hombre individual. Así, la ciencia-ficción es el más humano y el más social de los tres géneros de la imaginación; traslada el punto de mira, desde el subjetivismo y el hedonismo de los otros dos, hacia una visión global de la sociedad y una reflexión seria sobre ésta y su problemática relación con la naturaleza de los seres que la forman. Esto, desde luego, excede ampliamente la imagen de naves interestelares y conquista del espacio que mucha gente tiene de este género, si bien estos temas son en efecto parte fudamental de él, pero frecuentemente son utilizados con fines ambiciosos ("Es bueno renovar nuestra capacidad de asombro (...). Los viajes interplanetarios nos han devuelto a la infancia". En Crónicas marcianas, de Ray Bradbury). Así, los temas de la ciencia-ficción son muchos y muy variados, desde la metáfora -frecuentemente con intenciones críticas- de nuestra naturaleza y nuestras sociedades, situando ambas en el futuro, o reflejándolas en las naturalezas y sociedades alienígenas, hasta el siempre fascinante y simbólico tema de la conquista del espacio, que revela toda una forma de mirar al Universo y a nuestro lugar dentro de él. La actitud de la ciencia-ficción hacia la tecnología, punto de referencia ineludible en el género, ha variado mucho a través del tiempo y de la sensibilidad de los diferentes cultivadores, desde aquellos que exaltan las maravillas de la tecnología, viendo en ella una panacea, un motor inagotable de progreso, hasta aquellos que se preguntan inquietos cómo afectará la tecnología sobre el ser humano, obteniendo unas respuestas indefectiblemente pesimistas e incluso apocalípticas. En resumen, la ciencia-ficción es un género vital, inagotable en la medida en que lo es la humana capacidad de especular, e imprescindible para todo aquel que se pregunte "adónde vamos" (y, también, "quiénes somos"); no en vano está calculadamente construído con la materia que sirve de fuente a nuestras visiones.
3.- HISTORIA.
A continuación vamos a esbozar brevemente la historia de cada género, procurando señalar aquellas tendencias, autores y obras que se considere representativos de cada uno de ellos. Todo ello con la intención de contextualizar y servir de referencia al estudio posterior, especialmente a la lista de autores y a la de obras clásicas sobre las que se pregunta en el cuestionario.
- El género fantástico nació con la humana capacidad de fabular, y por lo tanto es incalculablemente antiguo; sin embargo, como tradición literaria asentada, se remonta al siglo XIX, cuyos máximos autores, en uno u otro momento, y con desigual nivel de compromiso (considerándolo una frivolidad atractiva o partiendo de una inquietud sincera) se acercaron al fantástico; la lista de autores es interminable, y abarca representantes de todas las grandes literaturas nacionales (Leskov, Gogol y Turguéniev por la rusa; Balzac, Flaubert, Hugo y Nerval por la francesa; Kipling y Dickens por la inglesa; Hawthorne y Poe por la estadounidense; Bécquer por la española...). Eran tiempos en los que lo fantástico se utilizaba como herramienta habitual para explorar la realidad (bien fuera exterior o interna), lo que contrasta poderosamente con la situación actual, en la que la posmodernidad literaria casi ha desterrado al fantástico (con muy poca oposición por parte de éste) de tan noble objetivo, quedándose con todo el pastel. Italo Calvino habla de dos grandes corrientes en la literatura fantástica del XIX: lo fantástico visionario, que prioriza la percepción visual del elemento sobrenatural, y lo fantástico cotidiano, donde éste se hace intangible y gana en poder de sugerencia y abstracción. Otros fenómenos asociados al siglo son la predominancia del cuento frente a la novela y la aparición de los primeros escritores específicamente dedicados al género. El autor más importante de este siglo quizá sea Ernst T.A.Hoffmann, uno de los clásicos de las letras alemanas, creador de una fantasía grotesca, delirante, que luego asumieron discípulos suyos como Gautier.
A comienzos del siglo XX la literatura fantástica conoce una gran popularización, gracias sobre todo al fenómeno de la literatura de revista (que también impulsaría a los otros dos géneros), consistente en revistas de escaso prestigio pero gran aceptación (denominadas por los anglosajones "pulp fiction") que daban la oportunidad de publicar a jóvenes y desconocidos autores (un puñado de ellos figuran hoy con letras de oro en la historia de la Literatura). Estas revistas popularizan una serie de temas, como la Tierra hueca y los viajes en el tiempo, y de subgéneros, como el de razas perdidas, consistente en la existencia en lugares remotos del planeta de antiguas razas desconocidas para el hombre blanco (y en el que destacó H.Rider Haggard, autor de Ella); y la fantasía heroica, llamado a convertirse en la tendencia dominante del fantástico a final de siglo (y a perder, con ello, la mayor parte de su dignidad literaria), en el que destacó Robert E.Howard, creador de Conan. A medida que avanza el siglo, el género fantástico (predominantemente anglosajón, al igual que los otros dos) se desplaza a otros lugares, y cala profundamente en Hispanoamérica, donde se incorpora a las formas de expresión autóctonas y modula una sensibilidad hacia lo fantástico que desde entonces nunca ha abandonado al escritor latinoamericano. De este ámbito cabe destacar la corriente del realismo mágico, que incorpora pinceladas fantásticas a temas fuertemente realistas; y sobre todo, la figura de dos autores fundamentales del género, los argentinos Julio Cortázar y Jorge Luis Borges (El Aleph, de éste último, permanece como un clásico ineludible de lo fantástico). Pero, a mediados de siglo, el género se convulsiona con la aparición de la figura que se va a convertir en su máximo representante: J.R.R.Tolkien. Desenterrando la tradición medieval, dándole una vuelta de tuerca a los personajes de los cuentos de hadas, y confiriéndole la definitiva mayoría de edad al subgénero de la fantasía heroica, Tolkien crea una obra irrepetible (y, sin embargo, tantas veces tratada de imitar) que cristaliza en su obra maestra El Señor de los Anillos, auténtica Biblia del género y joya de la literatura universal. La obra causa furor y mitomanía, y eleva a la fantasía heroica como el género predominante, casi monopolizador, de la ficción fantástica desde entonces hasta ahora... pero también la condena, por el éxito comercial y la demanda de un público ávido, a un progresivo descenso de la calidad y a un encorsetamiento en unos clichés, unos esquemas, cada vez más estereotipados y restrictivos, que coartan la libertad del escritor. De esta corriente cabe "destacar", en un sentido negativo, a las popularísimas Margaret Weis y Tracy Hickman, a la sazón autoras de inefables obras (en varias entregas) basadas en un conocido juego de rol; y, ya en un sentido positivo, a Poul Anderson y, sobre todo, a Michael Moorcock, quien con su personaje Elric revoluciona los tradicionales conceptos del Bien y el Mal. De este monopolio de la fantasía heroica, sin embargo, escapan, por un lado, el subgénero de la fantasía histórica, representado por el deslumbrante Tim Powers; la dark fantasy, colindante con el terror; y, sobre todo, una obra que supone una rara avis dentro del género fantástico y que demuestra que la sensibilidad hacia éste puede alcanzar por igual a niños y adultos: La historia interminable, obra cumbre del alemán Michael Ende.
- Con respecto al género de terror, en las baladas y leyendas de tiempos lejanos encontramos los primeros estremecimientos hechos literatura, si bien ésta no da frutos maduros dentro de este género hasta la aparición de la novela gótica, a mediados del siglo XVIII. La imaginería gótica es inconfundible, y todos la hemos incorporado a nuestras pesadillas en un momento u otro de nuestras vidas: lúgubres castillos llenos de pasadizos secretos, ruido de cadenas arrastrándose y de lamentos espectrales, pavorosas tormentas en el momento del clímax... estos elementos se repiten una y otra vez, dando forma a una tradición muy homogénea, bastante artificial y muy alejada aún de las fuentes del auténtico terror, si bien nos ha dejado un ramillete de autores y obras clásicas ciertamente nutrido, desde el Melmoth de Maturin hasta el Frankenstein de Mary Shelley. Ya en el siglo XIX, aparece un autor de atormentada vida pero milagrosa obra, que para muchos constituye la más poderosa y acabada de este género, situando a su autor como el mayor maestro de éste y su cima indiscutible: Edgar Allan Poe. El "escritor de espantos" de Boston, partiendo de una sensibilidad mórbida, obsesiva, y con un dominio del lenguaje casi diabólico, nos abre por primera vez en literatura las puertas del Abismo, un Abismo que está más dentro que fuera de nosotros, pero que nos acecha con igual voracidad. La obra de Poe se caracteriza por una introspección psicológica pesadillesca, delirante, una obsesión necrofílica con la muerte y sus formas más perversas, y un sometimiento tácito, de una lucidez espectral, a un Destino siempre fatal. También en el siglo XIX, destacan -aunque oscurecidos por el brillo de Poe- autores como Nathaniel Hawthorne, uno de los grandes de las letras estadounidenses; Ambrose Bierce, radical y despiadado como él solo; y Guy de Maupassant, cuya inclinación a la locura tiñó su obra de oscuridad. Sin embargo, el otro hecho fundamental del siglo, junto a la figura de Poe, es la publicación en 1897 de Dracula, de Bram Stoker, la más famosa -y para muchos, la mejor- novela del género de terror, y sin duda la que más ha influido sobre toda la cultura del siglo XX, convirtiendo una vieja figura del folklore centroeuropeo en uno de los más poderosos mitos de la modernidad. Los comienzos del siglo XX, con autores como Robert W.Chambers, M.P.Shiel, W.H.Hodgson y Clark Ashton Smith, prefiguran y anticipan lo que será el segundo gran cataclismo del género, la aparición del único creador de sombras capaz de compartir el altar de Poe: H.P.Lovecraft. El escritor de Nueva Inglaterra se convierte en el gran maestro del subgénero que se ha dado en llamar "horror cósmico", y que se caracteriza por una mirada atemorizada al Universo, y un incómodo e inquietante poner en cuestión nuestro lugar dentro de él, nuestra importancia -o insignificancia- dentro del Cosmos infinito. Para Lovecraft, no estamos solos (y en realidad nunca lo hemos estado); seres pavorosos, inconcebibles, rigen e infestan el Universo, dejando su inmunda huella -casi siempre de forma indirecta, en los relatos de los desventurados cronistas que los han conocido o en el arte de las primitivas tribus que los han adorado- en todas partes; la humanidad sólo permanece cuerda en la medida en que ignora la terrible realidad. Con estos materiales, Lovecraft ha creado la obra de terror más sólida e influyente de la historia del género, y se ha acercado como nadie a las fuentes del más puro horror. Lo que hace palidecer los esfuerzos por explorar las tinieblas que se han dado en el resto del siglo; sin embargo, debemos seguir nuestro recorrido. Contemporáneos a Lovecraft son Arthur Machen y Algernon Blackwood, dos grandes autores que tienen en común una mirada oscura pero indeciblemente bella de la Naturaleza, a la que confieren un aliento que es a un tiempo espectral y poético. La muerte de Lovecraft deja huérfano al género de terror, y estanca su progreso; de hecho, según algunos, los esfuerzos posteriores no son sino palos de ciego, pasos en la dirección equivocada. De cualquier forma, el género se rehace, ya en los años 70, con dos grandes novelas, El exorcista, de William Peter Blatty, y La semilla del diablo, de Ira Levin, que ponen de moda el satanismo, trayendo a la primera plana del género al más viejo abanderado de las tinieblas: el Diablo. Estas dos novelas inauguran, además, dos fenómenos fundamentales en la literatura de terror de fin de siglo: las adaptaciones al cine (que acaban condicionando el contenido de los propios libros) y la extensión del concepto de best-seller a la literatura de terror, auténtica "maldición" para el género, que le ha hecho perder dignidad y prestigio a pasos agigantados. Relacionado con este último fenómeno está el famosísimo Stephen King, autor de una obra voluminosa, irregular, pero siempre interesante y plagada de momentos afortunados. El único problema de King, un inimitable narrador con una rara habilidad para diseccionar todos y cada uno de nuestros temores, está en su sometimiento a una industria que siempre le demanda más, obligándole a ser excesivamente prolífico, y en su baja autoestima como escritor (que se explicita en su famosa frase: "yo soy a la Literatura lo que McDonald's a la gastronomía"). Otros cultivadores destacados de este fin de siglo son Anne Rice, quien ha retomado los viejos mitos del género de terror dándoles otra vuelta de tuerca (en ese sentido, sus vampiros son los primeros realmente originales desde Dracula, y han creado escuela); y Clive Barker, un autor de talento impresionante -pero no apto para todos los estómagos- que abre nuevas puertas al género, dándole dimensiones de crueldad inconcebibles; Barker es el gran poeta de la Sangre. Por lo demás, las tendencias del fin de siglo son la sustitución del horror preternatural, literariamente más difícil, por el horror cotidiano, más accesible y cómodo para el público -y para los autores-, pero también más inquietante en la medida en que revela las atrocidades de las que es capaz el ser humano.
- En cuanto a la literatura de anticipación, la ciencia-ficción, nace con el importante salto cualitativo que supuso la segunda Revolución Industrial para la ciencia -y, sobre todo, para la tecnología- , y que amplió grandemente los horizontes de la imaginación, prendiendo en la sensibilidad de los artistas más visionarios. Así, la primera reacción ante los importantes cambios que se están viviendo es la euforia; una euforia que se refleja en las obras del gran Julio Verne. Y que, sin embargo, tiene su rápido contrapunto, ya en tan tempranas fechas, en la imponente figura del inglés H.G.Wells, uno de los primeros, tanto en antigüedad como en clarividencia, en advertirnos de los peligros de la tecnología, y en denunciar la deshumanización que ésta supone. Wells es uno de los grandes del género; si sus novelas son apasionantes, plenas de maestría narrativa, sus cuentos son magistrales, reflexivos e inquietantes, en la tradición del cuento filosófico. La isla del doctor Moreau permanece como una lección ineludible para todo aquel científico que, hoy día, se interese por el tema de la ingeniería genética aplicada a humanos... seguramente, una lectura profunda de este clásico le haría revisar sus presupuestos, pensárselo dos veces. La ciencia-ficción de finales del siglo XIX es encantadoramente ingenua, heredera, por un lado, de los conceptos de la moral victoriana, y, por otro, de teorías científicas que el tiempo probó erroneas, como la del éter. Ya a principios del siglo XX, el género adopta las formas de la "pulp fiction"; uno de los máximos representantes de ésta, H.P.Lovecraft, cuya obra, para muchos, rebosa elementos de ciencia-ficción, influye grandemente en autores como Frank Belknap Long y C.L.Moore. Influida por el lenguaje del cómic, la ciencia-ficción se vuelve maniquea, plena de héroes y villanos en continuas luchas intergalácticas, con un trasfondo de imperios represores y rebeliones que, al principio insignificantes y utópicas, a la postre acaban derrocándolos; se prefiguran así los temas de la space-opera, un género que sería ampliamente tratado por el cine de fin de siglo a raíz del éxito de La guerra de las galaxias. Pero, antes de mediado el siglo, se produce un giro radical en el género con la aparición de dos obras imprescindibles: Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell. Ambas novelas, pertenecientes a la vertiente más seria de la ciencia-ficción, describen sociedades futuras deshumanizadas, normalizadas en extremo, y en las que el concepto de individualidad desaparece por completo en favor del de una sociedad unitaria (no es difícil ver aquí una metáfora del comunismo); lo más terrible de todo esto es que la gente vive "feliz", convencida de la bondad del sistema, y con una profunda aversión a pensar, a la reflexión, que consideran causante de infelicidad... todos estos temas prefiguran la aparición de uno de los mayores hitos de la ciencia-ficción, un autor cuya aportación al género (y a la Literatura) es tan grande que es difícilmente cuantificable: Ray Bradbury. Autor de Farenheit 451 y Crónicas marcianas, Bradbury desprecia los convencionalismos del género y nos habla del ser humano, en una mirada a nuestro interior que se revela desalentadora, terrible, pero que no está exenta de una cierta ternura y optimismo; todo ello con un estilo lírico, intenso, sobrecogedor. Bradbury es un poeta, que con su inimitable sensibilidad alumbra las zonas más oscuras del alma humana. Y un valor añadido a su obra: advierte, casi medio siglo antes, de los peligros de la sociedad de la información. Junto a Bradbury, aparecen otros dos grandes del género: Arthur C.Clarke, auténtico poeta de la tecnología, e Isaac Asimov, autor prolífico, de grandes miras, que aporta temas como la psicología de la máquina. A partir de aquí, la ciencia-ficción se llena de una pléyade de autores de primerísimo nivel que la dotan de una envidiable vitalidad: Robert A.Heinlein, Olaf Stapledon, Robert Silverberg, Ursula K.Le Guin, Harlan Ellison, Gene Wolfe, Orson Scott Card... y sobre todo, Philip K.Dick, autor idolatrado como pocos en el género (más entre los escritores que entre los lectores), creador de una obra reflexiva, compleja, marcadamente simbólica. En esta línea de mayor dificultad se encuentran Stanislaw Lem, que aporta un humor negro y una imaginación radical, y J.G.Ballard, autor despiadado en su lucidez. Pero el final del siglo ve aún el nacimiento de un nuevo fenómeno irrepetible, uno de esos autores que modifican por sí solos el transcurso de todo un género y lo encarnan a partir de entonces: William Gibson. Su obra Neuromante, aparecida en 1984, da lugar a la creación de un nuevo subgénero, el cyberpunk, que trasciende las fronteras de lo literario para convertirse en toda una corriente cultural que abarca ámbitos tan diversos como la música, la moda, los pensamientos y las actitudes de este fin de siglo. El escenario típico del cyberpunk es una ciudad futura masificada, polucionada, en la que siempre llueve y siempre es de noche, con un nivel de delincuencia desbordante; por este escenario se mueven personajes desarraigados, típicos de novela negra, que cargan con un montón de problemas existenciales y tratan de sobrevivir en una sociedad al borde del colapso, lo que pasa por aplicarse implantes mecánicos que amplían sus capacidades físicas pero los deshumanizan poco a poco, acercándoles cada vez más a la máquina. Una de las mayores aportaciones de Gibson es su imagen de La Matriz (el equivalente al actual Internet), compleja, fascinante y de hondas implicaciones. Los acercamientos posteriores al cyberpunk, por parte de otros autores no dotados del genio de Gibson, lo han decantado en exceso hacia la acción, la espectacularidad, los fuegos de artificio, y lo han descargado sensiblemente de su profundo contenido existencial y moral. Por último, la más reciente corriente dentro del género pretende recuperar el espíritu de la ciencia-ficción al estilo de Bradbury, por medio de autores como Kim Stanley Robinson y su trilogía sobre Marte.
4.- EL SECTOR EDITORIAL EN ESPAÑA.
Que es floreciente en lo relativo a estos géneros; la fácil comercialidad de muchas de sus obras, el fenómeno best-seller al que se adscriben de forma vitalicia algunos de sus autores, y el amplio calado entre el público joven de unas y otros, ha provocado que en estos últimos años la literatura de imaginación haya superado el ostracismo editorial al que tradicionalmente se la había condenado en este país y que la convertía en una rareza al alcance de muy pocos aficionados. De hecho, el redescubrimiento de lo fantástico, a todos los niveles (público, crítica) es una de las grandes tendencias de este fin de siglo, y ha provocado todo un boom editorial en el que se hace necesario distinguir el grano de la paja. A continuación vamos a comentar algunas de las colecciones y editoriales más importantes, en relación a estos géneros, que operan, con desigual fortuna, en el actual mercado editorial español; la selección sigue un par de criterios:
- No se contemplan editoriales o colecciones generalistas con volúmenes aislados que puedan caer dentro de lo fantástico (lo cual es un fenómeno muy habitual) sino tan sólo aquellas específica o prioritariamente dedicadas a este importante campo de la literatura.
- Tampoco incluimos colecciones destinadas a un sector de edad en exclusiva, concretamente al más joven; nos parece más interesante, dentro de una literatura "sin edad", reseñar aquellas colecciones que no restringen -o al menos, no de manera tan marcada- su campo de usuarios (lo que deja fuera del estudio, a pesar de su importancia editorial, el reciente fenómeno de las colecciones de terror para niños, ejemplificadas en las "Pesadillas" de R.L.Stine).
A través de este estudio pretendemos remarcar la diferencia, ya reseñada en algún otro ensayo, entre literatura popular y literatura de calidad, diferencia que vertebra de manera fundamental cualquier discusión sobre la literatura de género. Las colecciones o editoriales aquí comentadas son asímismo objeto de una de las preguntas del cuestionario, que requiere la opinión del bibliotecario sobre ellas, lo que nos permitirá hacer interesantes inferencias. Las colecciones son:
- Minotauro: fundamental para entender la literatura fantástica en este país desde hace ya muchos años. El criterio fundamental aquí es la calidad, que se ha convertido en santo y seña de esta editorial venerada por un reducido pero incondicional grupo de fieles. No son obras fáciles, y eso limita su tirón popular, si bien al mismo tiempo cimenta una sólida imagen de prestigio incluso entre aquellos sectores más agresivos hacia estos géneros. Con respecto a los cuales, hay que decir que Minotauro los abarca a todos, dentro de una concepción de lo fantástico como un todo unitario (o al menos, como un campo con una fuerte relación entre todos sus elementos), si bien es reseñable -y quizá significativa- la escasez de obras de terror. Dentro de una gloriosa trayectoria plagada de aciertos, destaca la publicación en España de los siguientes hitos literarios, que justifican por sí solos la existencia de esta editorial: Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; La naranja mecánica, de Anthony Burgess; El Señor de los Anillos, de J.R.R.Tolkien; y Neuromante, de William Gibson.
- Ultima Thule: colección del Grupo Editorial Anaya (y que éste etiqueta dentro de su sección de literatura juvenil), que se caracteriza por un explicitado "quijotismo literario", un afán por recuperar autores y obras que tradicionalmente han pasado inadvertidas para el gran público (al menos, en España), y que su director, Javier Martín Lalanda, pretende situar en el puesto que a su juicio merecen dentro de la literatura fantástica. Es un claro signo del extensivo interés hacia ésta que se da hoy día, ya que, a pesar de lo que diga su director, las obras que recoge son por lo general de un interés algo marginal (al menos, comparadas con las de Minotauro); para entendernos, mientras que las de ésta última son "de primera necesidad", las de Ultima Thule son pura "calidad de vida". Este carácter de accesoriedad les viene dado, por lo general, por su procedencia; y es que estas obras, en su mayoría, integran el fenómeno ya aludido de la literatura de revista, la "pulp fiction", que, a pesar de su importancia en el género, ha dado pocos autores y obras de auténtico primer nivel. En resumen, es una colección interesante, pero menos; muy enfocada al aficionado confeso, más que al lector en general; que abarca también los tres géneros, si bien predomina poderosamente el fantástico; y en la que destacan los estudios críticos de Martín Lalanda que acompañan a cada libro, y que situan a aquel como uno de los mayores expertos -y apasionados- de la literatura fantástica en España. Entre sus autores destacan Robert E.Howard, Poul Anderson, William H.Hodgson y Philip J.Farmer.
- Timun Mas: la auténtica panacea (en un cierto sentido, como se verá) del sector editorial, Timun Mas es una referencia ineludible para el aficionado a la literatura fantástica en España... que no sea muy selectivo. Y es que esta editorial, de tremendo éxito comercial (es la nº1 del sector) y con una legión de fanáticos que devoran sus obras (en su mayoría, jóvenes con escaso contacto con la literatura), tiene un único criterio a la hora de seleccionar las obras que van a ingresar sus filas: la comercialidad. Esto no quiere decir que no se puedan encontrar obras dignas dentro de sus fondos, pero sí que éstas sólo son publicadas en la medida en que se prevé que van a tener éxito comercial. Y, como éste, en estos géneros, no muchas veces está asociado a la calidad, el resultado es que nos encontramos en Timun Mas una cantidad relativamente pequeña de obras respetables (casi nunca sobresalientes) entre un montón de bodrios infumables, auténticos atentados contra la Literatura, que, a la postre, por el tirón de esta editorial, acaban configurando la sensibilidad hacia lo fantástico de muchos jóvenes que, quizá, por esta razón, nunca descubrirán autores mucho más válidos dentro de sus géneros favoritos. Con respecto a éstos, Timun Mas los cubre todos, si bien pone el acento principalmente en el fantástico, auténtico motor de la editorial. Un fenómeno destacable es el aprovechamiento por parte de ésta de la primera generación de jugadores de rol en España, a quienes ha "aprovisionado" con cantidad de libros (más bien series de libros) basadas en juegos de rol muy conocidos. Por último, "destacar" entre sus autores al dueto Weis/Hickman, y, ya en un sentido positivo, a Anne Rice y sus Crónicas vampíricas.
- Valdemar: editorial teóricamente generalista, se ha caracterizado por una atención prioritaria hacia lo fantástico (que se ejemplifica en su logotipo, una "V" cuyos trazos representan la cornamenta de algún ser sobrenatural, un sátiro o un demonio) que la convierte en una opción nada desdeñable para el aficionado. Eso sí, al contrario que otras, esta editorial está centrada en autores clásicos (ya lo sean de estos géneros o de literatura general -estos últimos normalmente con sus obras calificadas de fantásticas), lo que le da un matiz de literatura culta, al estar estos autores más consagrados y contrastados que los modernos. Así, en la nómina de esta editorial se mezclan los Lovecraft, Poe, Hawthorne, Bierce, Wells o Maupassant, con los Flaubert, Wilde, Melville, Nerval o Kipling, pero todos ellos con un denominador común: su gusto por lo fantástico. A esta regla se ajustan, con matices y alguna que otra excepción, las distintas colecciones que integran Valdemar, lo que convierte a ésta en una opción muy recomendable para el lector culto que quiera acercarse a los géneros. Unas presentaciones muy cuidadas, con un gusto exquisito a la hora de elaborar portadas, y una actividad incesante, pujante, con varias novedades cada mes (lo que contrasta con la falta de vitalidad de otros casos), completan las virtudes de esta editorial.
- Nova Ciencia-Ficción: clásica donde las haya, esta impagable colección ha suministrado de grandes obras a los aficionados a la ciencia-ficción durante muchos años, desde los tiempos de Bruguera hasta los actuales de Ediciones B. Prácticamente todos los grandes de la ciencia-ficción están aquí; si bien se obvia a los autores más clásicos (como Wells o Bradbury) y se centran más en los modernos (desde Arthur C.Clarke hasta Kim Stanley Robinson). Es una elección consciente, que selecciona las obras más "de género" (pero no desprovistas en absoluto de calidad), y deja fuera las más literarias, profundas, de múltiples lecturas (que entrarían más bien en el catálogo de Minotauro). Nova recoge con regularidad, dentro de su bien asumida responsabilidad hacia los aficionados españoles, que ven en ella su primera opción, las obras ganadoras de los más importantes premios del sector, desde el Nebula estadounidense hasta el que otorga la UPC (Universidad Politécnica de Cataluña) en el ámbito español. En resumen, una colección insustituible para el buen aficionado a la ciencia-ficción, que consigue una rara mezcla de calidad y comercialidad tan difícil de ver en estos géneros.
- Martínez Roca: otra referencia ineludible para los aficionados, se divide en distintas colecciones que se identifican plena y explícitamente con los tres géneros que estamos estudiando, siendo junto a Timun Mas la más especializada en sus contenidos (de aquellas que abordan más de un género). En todo esto se nota la mano de los expertos que la dirigen, puestos al día de las corrientes y las tendencias que circulan en el país cuna de estos géneros: Estados Unidos. Así, la editorial está centrada en difundir lo más nuevo, con unos criterios de calidad que, sin ser muy rigurosos, superan ampliamente el ejemplo de Timun Mas (de la que, por contenidos, podría ser la contrapartida seria, la alternativa digna). Un error, a nuestro entender, de esta editorial, que limita su público a los aficionados, es la presentación, la elaboración de las portadas, cutres, coloristas y tremendistas, así como la denominación rimbombante de sus colecciones (v.g., "Gran Super Fantasy"). En suma, una buena editorial, óptima para estar al día, y con un nivel de credibilidad aceptable, si bien parece demasiado enclaustrada en la imagen marginal que los géneros -y sus aficionados- tienen de sí mismos.
- El ojo sin párpado: pertenece a Siruela, y eso ya es decir mucho: calidad, ediciones muy cuidadas, desprecio absoluto a los criterios de comercialidad, línea editorial coherente y bien definida, son las características de una colección elitista, maravillosamente libre en la selección de las obras que la componen, y absolutamente deliciosa para el aficionado más culto. De hecho, es difícil determinar con exactitud a qué público va dirigida esta colección, si al aficionado deseoso de elevar el nivel de sus lecturas o al consumidor de literatura general (y culta) que quiera aventurarse en los terrenos de lo fantástico. Junto a esta característica, comparte con Valdemar una preferencia por los autores clásicos, pero, rasgo privativo de Siruela, también se encarga de publicar a autores absolutamente desconocidos que, realmente, sería imposible encontrar en cualquier otra editorial. Por sus páginas han pasado Lovecraft, Machen, Blackwood, Gautier, Kipling, Mishima, Maturin, De La Mare, Dunsany... una inimitable lista de autores que configuran toda una forma de entender lo fantástico.
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Esta página ©La Mota en el Ojo de Dios Productions, 1998