La adolescencia es, sin duda, un período difícil de la vida, tanto para el propio adolescente como para quienes en esa etapa le tienen que "soportar", es decir, para los demás miembros de la familia.

        A esa edad comienza el niño/a a romper los lazos de dependencia con sus padres, intentando él mismo llevar las riendas de su propia vida. En ese momento están puestas todas las condiciones para que "salte la chispa". El término "conflicto" será el más suave para caracterizar las relaciones interpersonales en el contexto familiar.

        En ese momento, a los ojos del adolescentes, los padres todopoderosos (hasta ese momento figuras heroicas) pasan a ser los opositores. La oposición surge fundamentalmente por la "rebeldía" del joven y su necesidad de autoafirmación como persona independiente y única.

        En nuestra sociedad, si un joven quiere convertirse realmente en adulto no sólo necesita madurar físicamente, sino que también ha de alcanzar una serie de objetivos:

 

  • Conseguir la independencia emocional de sus padres y adultos.
  • Lograr nuevas y más maduras relaciones con los iguales y con los adultos de ambos sexos.
  • De ajuste sexual, alcanzando un papel social masculino o femenino.
  • Aceptar su físico y utilizar el cuerpo de forma efectiva.
  • De formación educativa y preparación vocacional.
  • Buscar y lograr conductas sociales responsables.

 

       Estos objetivos deben alcanzarse en un tiempo relativamente corto y con pocas ayudas externas, pues nuestra sociedad no tiene unos cauces claros para que el joven los alcance, motivo por el cual, una minoría, relativamente importante, de jóvenes adolescentes no consiguen alcanzarlos y presentan problemas relacionados con la delincuencia, el uso de drogas, problemas escolares.

        Otros objetivos enumerados, a alcanzar por el joven en este período evolutivo con el fin de lograr una adaptación más correcta, son:

 

 

  • Desarrollar destrezas mentales y no mentales necesarias para la independencia económica y para las oportunidades de trabajo.
  • Desarrollar la capacidad para solucionar una mismo sus asuntos.
  • Desarrollar la capacidad de consumidor de las riquezas culturales de las civilizaciones.
  • Desarrollar la capacidad para introducirse en la realización de la actividad con un elevado grado de interés.
  • Enriquecerse por experiencias con personas que difieren en edad, clases sociales y culturas.
  • Enriquecerse a través de actividades, en las que haya interdependencia, dirigidas hacia metas colectivas.

 

 

        El desarrollo de la independencia y la confianza en sí mismo ocupa un lugar central, pues sin la consecución de un grado razonable de la misma difícilmente puede esperarse que el joven alcance relaciones maduras heterosexuales o con los iguales, consiga un sentimiento de identidad, se plantee unas expectativas razonables en el ámbito vocacional.

        La adolescencia supone inicialmente un continuo conflicto entre la dependencia familiar y las nuevas demandas de independencia que surgen. El grado de dificultad para que el joven alcance una verdadera independencia respecto a los padres dependerá de aspectos puramente sociales, pero en gran medida de las prácticas educativas y modelos de conducta de sus padres y de la interacción con los compañeros.

        Educar es ayudar a ser libres. Los niños, al llegar a la edad adolescente, exigen cada vez más autonomía, empiezan a tener sus propios criterios que quieren que prevalezcan, enfrentándose muchas veces a los de los padres. Los padres se quejarán de falta de libertad en su casa, en el hogar, y los padres de exceso de la misma.

        El problema en ese momento (de libertad condicional o controlada) es saber en qué se tiene que ceder y en qué imponer la autoridad.

       La libertad del hombre radica en que puede decidir. En los hijos es importante crear un clima de libertad desde muy pronto, desde edades tempranas.

        Tomando constantemente nosotros las decisiones, haremos que nuestro hijo sea incapaz de decidir nada en su vida. De esta forma, estaremos dificultando que nuestros hijos:

 
  • Aprendan a tomar decisiones por sí mismos.
  • Vayan conformando sus propios criterios.
  • Ejerzan su responsabilidad personal.

 

 

       Lo importante es crear las condiciones para que de forma gradual vaya decidiendo por sí mismo. Hay que aceptar que nuestros hijos sean distintos a nosotros, con ideas propias, incluso muchas veces contrarias a las nuestras. Hay que ayudarles a ser libres y admitir que ejerciten su libertad.

        Hay que tener en cuenta que se puede aprender a ser padres, basta un mínimo grado de motivación, estar dispuesto a esforzarse, a dedicar parte de nuestro tiempo y contar con los instrumentos adecuados. Educar es sinónimo de exigencia, puede exigir esfuerzo y privación, pero es una tarea llena de maravillosas recompensas.   

        La tarea de educar supone esforzarse por comprender, respetar y enriquecer al "otro" y esto en una sociedad como la nuestra, siempre con prisas, dificultades de comunicación, horarios de trabajo incompatibles con los de los hijos, etc; no siempre resulta fácil. De hecho, parte del precio que estamos pagando los seres humanos por el progreso de nuestra sociedad es dejar en un segundo plano las relaciones amorosas entre padres e hijos, fundamentales para que éstos alcancen una personalidad madura e independiente.

        El ejemplo y la conducta personal es lo que va conformando la personalidad del niño. Por tanto, la madurez personal de los padres y el clima emocional que se conforma en la familia influyen en la personalidad del hijo tanto o más que las explicaciones que les podamos dar.

        Se ha comprobado cómo las bases más sólidas de la educación de establecen en relación con la observación/imitación del comportamiento de los padres por parte de los hijos. Este comportamiento observado de forma continua las sirve de modelo a la hora de establecer una guía que dirija el progresivo desarrollo de su personalidad.

        Educar, en el sentido más amplio, es, sin duda, una tarea compleja que requiere conocimiento, respeto y ejemplo hacia los hijos. La adolescencia es un periodo difícil de la vida en el que muchos padres observan un cambio importante en las relaciones con sus hijos y aparecen nuevos problemas que hasta el momento no se habían planteado. Surge, entonces, una sensación, muchas veces real y otras no tanto, de no disponer de recursos para hacer frente a la labor educativa.

 

 

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