Los padres deben enseñar y los hijos aprender, esto que se proclama como una verdad absoluta, suele ser muy poco cierta en la realidad ya que es, al menos, una visión muy parcializada de ella. Los padres tienen derecho a exigir de sus hijos, pero muy poco se habla de lo que nosotros aprendemos o deberíamos aprender de nuestros hijos.

        A poco de ponernos a reflexionar profunda y sinceramente sobre este tema, caeremos en la cuenta de que, a diferencia de lo que se cree habitualmente, nuestros niños nos enseñan más a nosotros que nosotros a ellos. Esto no deja de llamar mi atención ya que nosotros, los padres, casi siempre preocupados y ocupados de nuestros hijos, tenemos la intensión explícita de educar a nuestros hijos y, al menos en apariencia, nuestros hijos contribuyen a la educación de sus padres sin proponérselo de manera alguna. Es que ellos son naturalmente educadores de sus padres, no están tan influidos por los criterios artificiales que se nos suelen imponer a los padres por los medios de comunicación, los planes oficiales de educación, la opinión de profesionales de la educación con sus nuevas teorías pedagógicas, y todos estos medios de información que nos transmiten, a los padres mas que a los hijos, una idea de educación familiar viciada de artificialidad.

        Como no quisiera ser uno mas de estos que se dedican a difundir una educación artificial, de plástico, muy ligth,  espero que sepan disculpar que lo que digo a continuación sea desde una óptica muy particular y personal, aunque en lugar de personal debería decir familiar, ya que lo que escribo a continuación no le ha sucedido solo a mi persona sino a nuestra familia.

   Lo que nuestros hijos nos han enseñado

        Mi esposa Viviana y yo nos casamos hace poco menos de 10 años, pretendiendo que habíamos conformado una familia, pero esta no comenzó a concretarse hasta que, un año después, nació Juan Manuel que contra todo lo previsto no pudo nacer por parto normal ya que tenía 4 circulares de cordón. Desde ese momento Juan Manuel nos enseñó a aceptar que no siempre las cosas salen como uno lo planea o desea. Nosotros habíamos planeado estar juntos en el momento del parto, pero los médicos no quisieron que yo estuviese presente ya que se trataba de una cesárea.

        A los dos años de este feliz nacimiento, Dios nos dio a Mercedes que hoy tiene seis años y gracias a un buen médico pudo nacer por parto normal, en contra de todas las opiniones que indicaban que si el primero había nacido por cesárea todos los demás también debían nacer de la misma manera. Entonces nuestra niña nos enseñó a que debemos creer y esperar aun cuando todo parece indicar que las cosas no van a salir como las deseamos, nos enseñó que debemos tener una visión optimista de la vida.

        Se imaginarán los lectores que, si mi memoria nos ayudase, podríamos sacar una enseñanza de cada uno de los actos de nuestros cuatro hijos, pero como no quiero agobiarlos con asuntos personales voy a hacer un resumen.

        En los peores momentos, cuando uno de ellos se pescó una enfermedad que puso en riesgo su vida, hemos contado con su sonrisa que se ha convertido en un apoyo para soportar las dificultades. Cuando falleció el abuelito, ellos no lloraban porque tenían una seguridad envidiable sobre la felicidad que tendría su abuelo al estar gozando de una vida mejor que esta. Nos enseñaron entonces que el dolor es parte natural de la vida y que debe ser asumido para engrandecernos.

        Por el hecho de ser cuatro niños Viviana y yo hemos debido compartir muchas tareas, tanto en el trabajo externo que nos provee el sustento, como en el trabajo dentro de la casa que nos organiza la vida familiar. Los chicos también, en la medida de sus posibilidades, colaboran con él trabajo familiar: los más grandes, antes de comer, lavan las manos de Facundo que todavía no ha cumplido dos años; son ellos los que le enseñan a José Ignacio, de cuatro años, a higienizar sus dientes antes de dormir y a tender la cama al levantarse. Nuestros hijos han mejorado notablemente nuestra capacidad de trabajar en equipo.

        Cuando llegamos a casa, cansados por tanta labor y agotados por la lucha cotidiana, sus voces y sus sonrisas nos enseñan que hay que saber dejar los problemas del trabajo fuera de la casa, y cuando no se puede hay que compartirlos para hacerlos más soportables.

        También ellos tienen sus aspectos negativos, sus picardías, sus malos comportamientos, que exigen de nosotros el máximo de nuestra paciencia para aguantar sus asuntos, la responsabilidad con los otros cuando rompen la ventana del vecino con una pelota, y la perseverancia necesaria para lograr fraguar en ellos los buenos hábitos. Por lo tanto ellos nos entrenan en virtudes tales como la paciencia, la responsabilidad y la perseverancia.

        Ellos no soportan las injusticias, aunque si entienden que no todos tienen los mismos derechos (ya que no tienen las mismas necesidades y obligaciones), de manera que los más grandes saben que deben bañarse por si mismos mientras que el más pequeño requiere de nuestra atención para tales menesteres, y saben además que ninguno de ellos por pequeño que sea tiene la exclusividad sobre los aquellos bombones que mamá había guardado para compartirlos en otro momento. Ellos nos exigen justicia, y la distinguen del igualitarismo raso. También nos enseñan de estas cosas que muchos hombres de gobierno parecen desconocer.

        Los hijos enseñan mucho, también en el plano personal y conyugal, a sus padres. Como personas, es fácil comprobarlo. A continuación presentamos un caso que esperamos sirva de reflexión para los padres:


   
Los padres aprenden escuchando efectivamente.

        Escuchar con atención y animar la auto-expresión de los niños, ayuda a mantener una comunicación efectiva entre padres e hijos. Escuchar a sus hijos, le da la oportunidad a los padres de entender mejor cómo las habilidades de pensar y analizar ideas están cambiando y progresando en sus hijos.

        Las siguientes ideas le ayudarán a escuchar más efectivamente a sus hijos:

 
  • Exprese interés y escuche con atención. Los niños saben si usted está atento a lo que ellos están diciendo, por la manera en que usted reacciona o no reacciona. Mostrar interés en todas aquellas actividades en que sus hijos están involucrados, anima a los niños a compartir sus sentimientos.
  • Fomente hablar acerca de sus experiencias. Los niños estarán dispuestos a compartir
    sus ideas y sentimientos si ellos saben que éstas son importantes para otros.
  • Escuche con paciencia. Apurar a sus niños o hacer énfasis en palabras que ellos usan en el momento que ellos están hablando, los confunde y desanima.
  • Escuche con atención. Evite interrumpir a sus niños antes de que ellos hayan terminado de hablar. Permitir que sus niños expresen sus ideas completas, les permite a los padres conocer mejor la forma en que sus niños entienden y razonan.
  • Refleje los sentimientos de sus niños. Una de las más importantes habilidades de una persona que escucha bien es la de "ponerse en los zapatos de otros" e imaginar lo que la otra persona está experimentando. Los niños se sienten mejor entendidos cuando los padres aceptan y reconocen sus sentimientos como reales.

 

 

 

 

 

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